septiembre 5, 2025 - noviembre 1, 2025

Deidades del agua y encarnaciones de la multiplicidad

Iemanjá (Yemanyá), deidad yoruba que reina sobre las aguas, es poderosa, protectora y maternal. A su alrededor orbitan otras entidades del mar de la diáspora africana: algunas son manifestaciones suyas y otras versiones sincréticas. Entre ellas Mami Wata, La Sirène, Ayida Weddo o la Virgen de la Regla (Santa Bárbara) —esta última con raíces hispano- norafricanas, también ligada al mar. Así, Iemanjá ha sido reinterpretada, revivida y venerada una y otra vez, perteneciendo a diversas culturas que hoy se entrelazan gracias a siglos de travesías marítimas.

Tal vez por eso, las figuras de Scherezade García evocan de inmediato a Iemanjá. Numerosos escritores han visto en el mar un archivo histórico, un resguardo de la memoria. Si el agua guarda la historia, entonces los seres de García custodian las llaves de los archivos de la humanidad. Habitualmente inmersos en escenarios marítimos, encarnan narrativas de mestizaje que han resistido el paso del tiempo: nacidas de —y a pesar de— las exploraciones coloniales, la esclavitud, los abusos imperiales, la inestabilidad política y, en épocas más recientes, la peligrosa búsqueda de horizontes económicos. Son cuerpos criollizados modelados por culturas, religiones y cosmologías de todos los continentes, aunque sobre todo por los pueblos que atravesaron el Atlántico, el Caribe y el Mediterráneo. En su serie Super Tropics (2016), García alude directamente a Iemanjá, aunque la imagina en el exilio.

Quizás sean sus tonos de piel traslúcidos, oscuros y dorados como canela los que vuelven a estos seres tan etéreos. Sus matices monocromáticos contrastan con las pinceladas gestuales y vibrantes que los rodean. Llevan fastuosas joyas doradas y cuellos de encaje elaborados que les otorgan una majestuosidad imponente. En ellos se revela una contradicción: la calma serena de sus semblantes divinos frente al incesante movimiento del agua, del encaje y de la flora que los envuelve. Sin importar la furia del mar, lo cruzan con apacible dignidad. Rosarios y posturas sacras refuerzan su halo celestial. Sus miradas nos interpelan, se cruzan entre sí o se pierden en tierras distantes. Siempre en reposo, están presentes, son videntes: encarnan el pasado, comprenden el presente y vislumbran el porvenir.

En la obra de García todo es fluido, múltiple, abierto a diversas lecturas. Sus seres podrían ser ángeles renacidos. Ella recuerda haber escuchado de niña “Angelitos Negros” de Toña La Negra, y preguntarse por qué la iconografía religiosa negra era entonces tan escasa. Como respuesta a esa ausencia —y a la historia imperialista—, García dice sobre su obra: “Es iconografía católica con guerreros y ángeles criollos. Una forma de colonizar al colonizador, apropiándose, transformando y generando nuevos íconos”.

Estos ángeles de aire “iemanyesco” no son solo santos: son ancestros, son familia. García los llama “retratos colectivos”, pues se inspiran en fotografías de tías abuelas, hijas, sobrinas y otras mujeres de su entorno. Encarnan generaciones, nacionalidades y etnias entrelazadas en su linaje. Sus retratos son portales que develan historias personales y colectivas, pero también espejos que invitan a la introspección individual y social.

La tensión atraviesa toda su obra. Flotadores y tiburones de plástico pueden sugerir tanto peligro como ocio. García alude a quienes arriesgan la vida en mares inhóspitos buscando un futuro mejor, al mismo tiempo que desmonta las narrativas idílicas del paraíso. Flotadores de colores brillantes, peinados rizados o trenzados con aire regio, encajes, plumas, cintas, sombreros, flores tropicales y olas enmarcan a las figuras, haciéndolas protagonistas. En Apuntes de las Américas, ese enmarcado se vuelve literal mediante voluptuosos collages dorados, exuberantes. Estos marcos —con brotes de flora salvaje— recuerdan la opulencia del barroco, siempre presente en la estética de García, y funcionan como una canonización pictórica de figuras que condensan relatos complejos.

Nada en la obra de García está quieto: el mar nunca lo está, y las historias humanas tampoco. El movimiento surge de trazos repetidos, impresiones recurrentes, collages y superposiciones. A veces las olas se asemejan a la escritura, evocando las Notas sobre América (1842) de Dickens y a la vez a los debates contemporáneos sobre migración y pertenencia en las Américas.

En un presente donde las tensiones migratorias en Norteamérica agudizan climas políticos ya crispados, la obra de García recuerda la belleza y la complejidad de lo humano. Con el título certero de Un mar de pertenencia, este conjunto de obras en torno a la identidad, el mestizaje y la pluralidad se amplía en su exploración. Su propuesta desafía, con sutileza, los relatos homogéneos y excluyentes. Como Iemanjá, que ha perdurado en diversas culturas durante siglos, su obra es testimonio de esta supervivencia. Porque a través de la subversión, los pueblos resisten, y en medio del caos, tal vez incluso descubran belleza.

Tandazani Dhlakama
Agosto, 2025

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Elisa Lutteral

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