Por María Eugenia Maurello
“Mi agenda era la estructura performática”, expresa Gaspar Libedinsky. Y en esa remisión, no solo desanda sus inicios como malabarista por los semáforos porteños, sino que también evidencia la génesis de su interpelación al territorio urbano, operación que desdibuja los límites entre las disciplinas en sus obras. Formado en la Architectural Association (AA) de Londres, si bien trabajó en dos de los estudios más destacados del mundo —Rem Koolhaas/OMA en Rotterdam y Diller Scofidio + Renfro en Nueva York—, Libedinsky recién ganó legitimidad en el campo del arte cuando obtuvo la beca Kuitca UTDT 2010-2011. Y llamó la atención con sus producciones caracterizadas por observar lo privado y lo público; por integrar la indumentaria como elemento fundamental de su narrativa; y por llevar lo cotidiano al plano del hedonismo. Así lo demuestran el Monumento al Hombre Común construido con trajes recuperados del Ejército de Salvación, y la memorable Míster Trapo, donde descifró la práctica debatida de los “trapitos” porteños, y a partir de eso diseñó doce prendas clásicas hechas con trapos rejilla, de piso y repasadores.
Ahora, en la vidriera de la galería Praxis se puede ver Arrecife para vestir, una exposición compuesta por desarrollos textiles que surgen de la transposición a fotografías que el autor hizo de El origen de las especies —la instalación confeccionada con escobillones multicolores en 2018— y que luego transmutó en imágenes gráficas de doble simetría, similares a las del test de Rorschach, y que, finalmente, plasmó por sublimación en cinco piezas de seda. La serie incluye un pijama —en coautoría con Mamitek Vibradios y Elia Gasparolo— expuesto sobre la calle Arenales. “Lo importante es la idea de una obra para vestir el espacio, que de repente puede ser arrancada para vestir el cuerpo; desnudás la pared, te emponchás y viceversa”, sugiere en diálogo con Ñ.